martes, 6 de noviembre de 2007

Noche en Verona, máscaras, intrigas y traiciones hasta la hora nona.

La noche era fría, oscura, iluminadas las sombras por las brillantes estrellas que inundaban el firmamento curiosas ante la unión entre némesis obligada por el Principe Renato.

Que las familias se odiaban, eso no sólo era obvio, sino público. La orden del monarca de Verona era un claro chantaje contra la libertad de los de Ródena y de los Daponte. Quizás el poder económico concentrado en las manos de Gabriella de Ródena y los hermanos Daponte ponía cláramente en jaque al poder político recibido por herencia en las manos de Renato.

Tampoco eran desconocidas las pullas y puñales lanzados entre Bruno y Teobaldo, pero las chanzas en contra del gran Príncipe, sobre su supuesta impotencia, y sobre la facilidad que tenía su hija, la bella Tullia, en "consumir" a jóvenes artistas de la corte. Parece que hasta su querido primo, el virtuoso Salvatore, podría haber caído ante los obvios encantos de la heredera de Verona.

Entre combate y combate, Bruno y Teobaldo eran conocidos por sus escarceos amorosos. Teobaldo era considerado el mejor tirador de Verona, pero sus aptitudes estaban ensombrecidas por su capacidad con otra arma, que esgrimía con capacidad y gran poder. Bruno, por su parte, también era conocido por sus artes en el combate, quizás más oscuras, pero muy propias de los Daponte. Sus capacidades con la otra espada también eran públicas, pero quizás por el lado equivocado.

Los Daponte consiguieron hacerse un hueco en Verona cuando el viejo Napoleón consiguió batirse en duelo con el gran Riedo de Ródena. Ahora, consumido por el tiempo y por los placeres disfrutados por su estatus, había sido sobrepasado por sus hijos que lo veían como un viejo verde, perseguidor de jovencitas que no siempre rechazaban pasar la noche con el mítico patriarca Daponte.

Lolobrígido y Alonzo pugnaban por hacerse con el poder de los Daponte. Los hijos de Napoleón eran bien distintos. El uno un maestro de hacer dinero. El avaro le llamaban, también el manero, prestamista o judío, según a quien preguntases. Alonzo, gallardo y musculoso, acumulaba un poder casi físico por su presencia y su fama de mujeriego. Napoleón había puesto en él la guía de la familia, ante la desazón del desheredado "Lolo".

Por su parte, en caso de que todavía viviese, Piero de Ródena estaría orgulloso de sus hijos, Benedicto, hombre poderoso cuya presencia imponía el silencio y el respeto; Gabriella, hermosa mujer llena de fuerza y valentía, ensombrecida por su marido Alphonso, casi tan imponente como Benedicto; Fiorello, el perfumista, el más peculiar de los hermanos de Ródena, de gustos no muy canónicos, pero de aguda mente y pérfida inteligencia.

Pero Benedicto murió, asesinado en oscuras circunstancias, y al poco tiempo le toco el turno a Alphonso. Las sospechas recaían en la familia Daponte, pero nada se pudo demostrar.

Los hijos de Lolobrígido eran dos, Donato y Francesca, frutos del amor de Valeria, que algunos confundían con una mera transacción comercial. Los dos hijos recibieron una educación extraña, por un lado la extricta formación administrativa impuesta por Lolo, y por otro lado el amor desacerbado que en los últimos 15 años les había profesado su madre, a los que algunos llamaban la duerme-velas y la canta-árboles por su inestabilidad emocional. Francesca era una de las más bellas mujeres de Verona, cuya hermosura era sólo eclipsada por la fama de dispuesta que acumulaba. Donato, un tanto nervioso y realmente trastornado por la naturaleza poco reposada de su familia, se dedicó a expandir el imperio comercial de su padre por toda tierra conocida.

Alonzo, con el título de patriarca de los Daponte como mejor exponente, desposó a Dora, la mujer de su vida, que le dió dos hijos, Bruno y Constanza. También, fruto de sus errores con las mujeres, reconoció a Figaro, un patán que se hacía querer por su simpleza y valentía. Constanza, de cuya estabilidad se hablaba más que de la de su tía Valeria, era una mujer bella e inteligente, cuya relación con los de Ródena era algo más correcta de lo que en un Daponte se presuponía.

El poderoso Benedicto dejó dos hijos antes de morir. Marcella era la pequeña, pero de una agudeza y un sentido de responsabilidad para con la familia que prometía una vida de éxitos a quien siguiera sus consejos. Desgraciadamente se casó con un inútil, Conrado, que murió envenenado sin que nadie supiera quien lo había hecho. Pero el título de viuda negra se lo llevó Marcella sin pocos miramientos. Horatio, el primogénito de los de Ródena, era un fiel reflejo de su padre. Tirador de primera, osado con las mujeres, rápido en la réplica y de figura tan importante como la de su padre. Los tres de Ródena, Benedicto, Alphonso y el jóven Horatio se habían hecho con el control de Verona y asustaban incluso al príncipe, algo más jóven que Benedicto, y a quien admiraba en secreto. La muerte de sus dos compañeros de armas, así como una terrible secreto guardado bajo la capa más profunda de su corazón le llevó a dejar Verona y a su familia y tomar los hábitos para trabajar a las órdenes de un obispo libertino que le llevó por todo el mundo haciendo de él algo más que músculos y presencias.

Gabriella tuvo dos hijos, Emmerico y Nichole. La niña era una preciosidad que avivaba todos los corazones, incluso, según se comentaba, el del propio Napoleón. Su tez, blanca y suave, hicieron obvio su sobrenombre, la perla de Verona, la mujer más bella de toda Italia. Emmerico tenía el aspecto de un triste bufón, pero su agudeza mental y su cuerpo enjuto pero rápido le hicieron un temido adversario en el mundo que movía toda Verona, el comercio. Conocido por sus tratos arriesgados y la valentía a la hora de invertir, ponía nerviosa al mismísimo Lolobrigido, gran maestro de los negocios. Para cuidar la inocencia de la perla, Gabriella sacó a la jóven Clarisa del convento que los de Ródena subvencionaban como obra de caridad. La cara triste y nostálgica de la jóven recordaba siempre a la pugna que las dos familias. Su lealtad a su Nichole recordaba también a los mejores instintos que compartían ambas familias.

Teobaldo y Leona eran, por fin, los hijos de Fiorello. Leona era sin duda, una mujer muy especial. Desde pequeña gateaba a los pies de su hermano Teobaldo y jugueteaba con palos como si fueran floretes. Ante la poco paternal forma de ser de Fiorello, la masculinidad de Teobaldo le hizo querer convertirse en la mejor espadachín de toda Verona y colocar a los de Ródena en la élite que por derecho merecía.

Y las estrellas se reunieron, brillando con fuerza y echando a la luna para protegerla de las intrigas que sobre Verona se cernían. Y en cuanto el sol escondió sus últimos brillos, comenzó la fiesta, la celebración, la noche donde todo se aclararía. Para bien o para mal, había comenzado la MASCARADA.

2 comentarios:

Constanza dijo...

En nombre del principe de Verona os envió solemnes agredecimientos,el mismo lo haría si no se viera acosado por unas extrañas fiebres(resultado seguro de unos caramelos de violetas que le regalara el perfumista el lunes ,jajaja).
Primero quisiera desmentir en nombre de mi principe los falsos rumores sobre su impotencia(Horatio como eres....)
Segundo...la hija del principe,la bella Tullia es la mas pura de las doncellas(nuevamente ...Horatio como eres...)aunque he de reconocer que si que romancea con el apuesto y silencioso Salvatore.jejje
Agradecer a las dos familias su maravillosa presencia a la fiesta,sus hermosos ropajes,sus fantasticas máscaras,su humor,su buen proceder y ante todo agradecer el que hayan aceptado la invitación a tal evento,desde luego has sido unos invitados excepcionales.
LO MEJOR DE LO MEJOR CON DIFERENCIA¡¡¡¡¡¡ y ademas han sido todos muy CORRECTOS¡¡¡¡¡
Perdonad que no me extienda pero no habría rima lo suficientemente hermosa para narrar lo que nuestros corazones han sentido en tan hermosa noche.
Un beso a todos y un caluroso abrazo,espero verles pronto en el proximo carnaval.
Ya te pillaré Horatio¡¡¡¡Poner en duda la hombría de nuestro principe(rumores y todo rumores ya sabes Marchella).
Agradecimientos especiales a todos los varones por el uso indiscriminado de calcetines,nos hicisteis soñar con una realidad alternativa tan,tan,tan,tan inalcanzable....jajjajajjajajjajjajajajja¡¡
QUE EL CARNAVAL PERDURE EN VUESTROS CORAZONES AUDACES DA PONTE PERVERSOS DE RODENA¡¡¡JIJIJI¡¡
Un beso,Constanza..(te voy a poner dos velas negras mi apuesto sacerdote¡¡¡)

Pili dijo...

Esta tarde, cuando Marcella se vestía, reflexionaba profundamente en su futuro. O monja o a consolidar el poderío de los de Ródena. Evidentemente, ello pasaba por limpiar su honra y convencer a su hermano para que volviera a retomar el puesto de Benedicto, su padre y se dejara de monsergas y sermones.
El pobre Conrado se suicidó por amor, pero eso sólo lo podía demostrar la carta que poseía Marcella. Esta noche, se haría por fin pública, para lavar el honor de una mujer que tenía sus fallos, pero no era una asesina. Sólo una de Ródena.
Marcella pensó en aliados y estudiando a los invitados a la boda, observó que Constanza tenía los mismos Sambenitos que ella. Los rumores eran tantos que no podían ser ciertos. La tantearía para poder conseguir un acercamiento y así, contar con alguien para poder forzar la paz, como fuera.
Y luego estaba Bruno: Tan rudo y valentón, los meses pasados juntos cuando eran unos críos fueron los mejores de Marcella. ¿Podría ser que ahora, por fin libre, volviera aquella era de felicidad?
Lo cierto es que Marcella se sentía más segura entre los Daponte, pues eran veroneses, pero al ser más simples e ir más de frente en sus rivalidades con los de Ródena, eran más previsibles para su mente despierta. Más de fiar, al menos por la espalda.
No era una boda por amor y eso era preludio de tragedias.
Napoleón, Constanza, y el inteligente Emmerico, podrían cooperar en sus maquinaciones.
Marcella haría lo posible para fomentar la vuelta de la paz a las familias, la restauración de su honor y lo más importante: La decisión de su futuro.
En fin, tenía que terminar ya de arreglarse. Había muchísimo por hacer.